Microrrelato #1

LTP, Buenos Aires, 2020.

“Sí has visto cómo chillan los gallos, guey? El desenfreno, el desahogo que les sale de la garganta, guey? Lo tienes presente? Está muy cabrón”. Ella caminaba por el living en bombacha y un remerón grande que había comprado en el Chopo a 20 pesos. Daba pasos largos, gordos, pesados, se subía al sillón, daba vueltas a la mesa del comedor. Se acomodaba el pelo, se tocaba la cara. Estaba muy fumada. 

El, sentado en el piso con el gato encima, se divertía escuchándola hablar del desenfreno con desenfreno. Ella era de esas personas que hablan como de lo que están hablando. Ahora, en este momento, tocaba desenfreno, gesticulación, énfasis. 

“Cómo hacen los gallos?” preguntó. Ella (que en el fondo había buscado esa pregunta) sonrió, bajó la cabeza, y al levantarla soltó un alarido flemoso y desesperado; como el del gallo. Estallada de risa se dejó caer sobre él, y se abrazaron mirándose a través de esas cuatro ranuras que eran sus ojos. 

Consejo que quizás llegue demasiado tarde: entregate a ese instante, a eso que sentís ahí mismo, semi aturdido por su manera de hablar y el amor que te produce. 

Llegó la temporada de lluvias al DF y el agua, el agua erosiona. De pronto empezó a pensar en Buenos Aires, en el pasaje que se vencía, en la plata que no alcanza. Ella trabajaba muchas horas en un restaurante en La Roma. Se veían cada vez menos, y comían cada vez peor. Cogían en ese colchón en el piso que era su cama, y se querían, aunque ya no entendían bien qué estaba pasando se querían. El se volvería a Buenos Aires y se reunirían en unos meses, trabajarían en alguna playa, juntarían unos baros. Hamacaban sus ansiedades y sus miedos en esa idea, y así pasaban los días. 

Todavía se saludan para sus cumpleaños, no se cuentan demasiado de sus vidas. Mejor así.

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